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miércoles, noviembre 15, 2006

El viajero imbécil


Un viaje puede durar toda la vida, depende del viajero que lo recorra. Un viaje es un ejercicio de libertad, como la palabra. El viaje puede aparecernos en cualquier lugar, en cualquier momento.
No puedo entender como la gente se autocalifica de viajera cada vez que contrata un viaje programado, una excursión dirigida, una comida preparada para su foráneo paladar, o el extravagante recuerdo nativo especialmente preparado para esos miles de visitantes que desean unos gramos de exótismo empaquetado.
Pero lo peor del viajero imbécil es cuando te cuenta su último viaje, invariablemente comenzará por su aventura en la T4, a continuación toca el hotel, lo mal que se cenaba y las ganas que tenía de venir desde el primer día.

Ddel siguiente día te destacará el color de la diarrea que cogió el vecino de la habitáción de al lado, la cola que había para visitar el monumento de turno, y si la cena fue mala, pues la comida peor (y que al día siguiente tuvo que comer en un McDonal), de compras y a dormir.

Cuando crees que está terminando, porque su viaje no dio para más, comienza el tema cultural, lo bonito de los marcos del museo que visitó, y la pena del vecino con diarrea que tampoco pudo salir ese día. Ahora viene la anecdota del viaje, con más de ciento ciencuenta fotos dando fé de la infinita gracia que les causó.

Y si piensas que las cosas no pueden ir peor estás muy equivocado, ahora viene otro viajero imbécil, que se une al primero, y van recordando punto por punto, de nuevo, su viaje, la T4, el hotel, las colas,..., y la diarrea del vecino de la habitación de al lado.

Si estás leyendo esto y te identificas con el viajero imbécil, posiblemente es que no lo seas, un viajero imbécil siempre piensa que su viaje fue el mejor.